por : Joya

En primer termino, gracias por tomarse parte de su tiempo para echar un vistazo a un ejercicio de clase, pero no por ello no es impuesto ni carece de un trasfondo logico. con el paso del tiempo este espacio mejorara y reconocera lo que es meritorio de publicarse, agradecere sus comentarios pero teniendo en cuenta que cada vez que se me permita acceder a este Blog mejorar progresivamente, GRACIAS















jueves, 17 de marzo de 2011

Cronica II semestre.


La historia es mejor cuando es contada por sus protagonistas

Una octogenaria colombiana, decidió concederme parte de su tiempo para hablar acerca de una de las mayores experiencias que ha tenido que lidiar en su vida

Por: Juan Camilo Joya

Margarita Castro, es el nombre de el personaje principal de esta anécdota, una mujer con 88 años de edad, y que aun hasta en estos días le retumba en su mente el eco de las peripecias que tuvo que atravesar por culpa de un accidente que literalmente le dejo una huella muy honda, también como la situación de violencia en la que se encontraba Colombia en el siglo XX influyò en su entorno, y esta es su historia.

La fuerte atracción por la capital
Septiembre 15 de 1947, San Antonio (Tolima), procedente de Tópaga Boyacá Doña Margarita, había optado por radicarse en este pueblo debido que ahí Vivían  unos paisanos, ella estaba con su esposo Rosendo y su pequeño hijo Ramoncito, ellos ya estaban muy bien establecidos en San Antonio, puesto que gracias a la colaboración de sus paisanos habían logrado tener una modesta tienda y una casa, ese era su patrimonio, ya con 3 años de estar en el Tolima deciden venderlo todo y partir a Bogotá, factores como la inseguridad y mejorar la calidad de vida de su familia la motivaron a emprender el viaje, ella  decía:“ese 15 septiembre, viajamos en un camión con barandal ,estaba feliz porque Rosendo me compró un muy bonito abrigo azul ,grueso por cierto, con grandes bolsillos en frente y de 4 botones, yo de descuidada me recargué en el barandal para descansar, cuando el camión cruzó en frente de una peña muy estrecha, en aquel instante se frunció el brazo y antes de milagro no se quedó allí”, ella sufrió un terrible accidente, casi pierde el brazo y ese abrigo que por cierto estaba estrenando, de cierta manera permitió que conservara su extremidad. Ella aturdida con un enorme dolor, viò como en un momento a otro aquella prenda azul estaba rasgada e invadida por la sangre, por obvias razones  se tuvo que cortar el abrigo para determinar la gravedad, fuè en ese entonces, que rápidamente la trasladaron al hospital de Tunja donde permaneció un día y una  noche. “yo, estando allá, me acostaron en una camilla con el brazo de parriba, y en una bandeja  sacaron lo que no servía de mi brazo; lo, vì Abierto y lleno de cosas rosadas que más tarde también serían ubicadas en esa charola. Recuerdo que desde ahí no quería a las monjas, ya que unas  que estaban haciendo servicio de enfermería, me dijeron que para que quería  un brazo en tales condiciones, de lujo no se podía tener; el único recurso era ¡mocharlo!, yo ahora si me puse brava y le conteste, ¡yo tengo un muchachito y necesito mi brazo!, desde ahí no quise a esas porquerías de mujeres y como no había médico figuró pagar dos puestos en el tren para recostarme e irnos para Bogotá”; ya estando en la cuidad de inmediato es remitida al hospital de la Hortùa,


 En el lugar de destino…
Septiembre  17 de1947, Santafé de Bogotá hospital la Hortùa. Estando aquí en la capital prontamente fue estabilizada y ubicada en un cuarto grande junto con otros 5 enfermos, lo que mas le llamo la atención estando ahí, fue que la paciente que ocupaba la cama #1 tenìa una lesión similar, y estaba muy grave a raíz de su propio descuido; Doña Margarita dice : “ estaba muy nerviosa, tenìa la incertidumbre de saber qué iba a ser de mi bracito, y más aún cuando el médico que me atendió recién se había graduado de doctor de los huesos ,él me examinó  y me dijo que la única forma de salvar el brazo era operando,  para reponer la piel y el hueso afectado tenìa que sacar lo que hiciera falta de la pierna, a mi se me olvidó el dolor de la angustia y le dije que no señor, yo no quiero que me hagan eso y ¿si quedo pior qué?, a lo que el medico fuertemente me dijo: acaso quiere quedar como la paciente de la cama 1, al fin de cuentas usted vera, pero si se quiere tener su brazo debe estar dispuesta a que se le realice la cirugía; yo mirando a esa pobre mujer no me quedó de otra y dije que si, no recuerdo muy bien cómo la hicieron, pero lo que siempre se me quedará grabado, es cómo uno de los practicantes me cosía mi brazo, como  si estuviera remendando un costal”. Esa noche recién acabaron la cirugía  la señora castro por primera vez durmió bien después del accidente. El proceso quirúrgico consistía en hacer un injerto de piel, retirándola de la pierna y situarla en el brazo, también era necesario disponer de un fragmento de hueso, e implantarlo en la extremidad afectada, la operación en ese entonces era única en su clase, cómo sería que hasta ella y el cuerpo medico que la atendió fueron registrados en  el periódico de EL TIEMPO por culminar tal proeza exitosamente. La mujer permaneció en el hospital por casi 8 meses ya después del tedioso procedimiento era lógico que le aguardara un largo proceso de recuperación, en ese lapso la enfermera que la cuidaba  se volvió muy cercana con Doña Margarita, tanto así fue que le reveló la composición de la crema que le aplicaban para controlar el dolor, pues se trataba ni más ni menos, que de  la médula del hueso de la res, más conocido en el lenguaje popular como “tuétano”,a lo que  ella me manifiesta al respecto: “ ese día mandé a traer dos canillas de res, Rosendo las partió y les sacamos el tuétano con una cuchara ,la enfermera me recomendó que para conservar la crema era necesario añadirle unas cuantas gotìcas de limón, lo que a la hora de la verdad si resultó”, ya casi recuperada y coja , el medico encargado estaba diligenciando la orden de salida, sólo le dio una recomendación , que todos los días tomara caldo. Para restablecer la circulación, la salida estaba presupuestada para las 11:30 AM del 9 de abril de 1948 y aquí comienza lo inesperado…

Enfrentando al Bogotazo
9 de abril de 1948 centro de Bogotá, junto con Ramoncito y Rosendo, Margarita se desplaza a pie y con paso lento pero firme con la ayuda de su esposo logra llegar, hasta un restaurante situado en ese entonces en la,  Av. Caràcas con calle 1ª, en donde se disponía a tomarse la primera dosis del remedio que el doctor le había recomendado; se trataba del el caldo, aquel alimento que se encargaría de recuperar toda esa sangre que había perdido, y pasa a convertirse en el plato que abruptamente se toma el menú de su cotidianidad. A lo que ella manifiesta al respecto: “ese restaurante quedaba en toda una esquina, y el tranvía daba la vuelta, lo que menos quería era caminar, solo quería estar en una cama y recuperar la movilidad de mi brazo y de mi pierna, para ponerme a trabajar. Después de tomarme ese caldito, me diò sueño, cuando de repente una gritería levanta a todo el mundo, la gente se abalanzaba en las calles y agarraban cualquier cosa para poder hacer daño, los policías corrían ya que la gente ni les paraban bolas, la gente comenzaba a saquear desaforada y las gentes que no entraban a robar , esperaban a los que si lo hacían para poder tener algo, no importaba si tenían que golpear, cortar o matar para sacar provecho, yo quería salir de ahí, probablemente si me hubiera quedado ya estaría muerta, así que Salí ligero con mi chinito de la mano mientras que  en la otra me tenìa Rosendo, tratando de tan siquiera sostenerme, ya estando fuera del restaurante me quedé petrificada, mirando lo que estaba a mi alrededor y rogándole a mi Dios que me salvara y a mi niño que no me lo fueran a tocar  todas esas balas, yo en mi estado procuraba correr para seguirle el paso a mi marido y que mi hijo me lo siguiera a mi,  cada cuadra que pisábamos veíamos muerte y en realidad no sabíamos si  en  la próxima cuadra que  tocaba pasar  nos sorprendería la Parca en cualquier momentico, la meta era no parar hasta llegar a un hotel que quedaba por los lados de San Victorino, Rosendo no sabía si cargar al chinito o cargarme a mi para ir más rápido, yo con semejante dolor me apoyaba en las paredes y llorando, sentía a la muerte como se paseaba por la Séptima , pero no quise dejarme de ella y la atajamos como mejor pudìmos, hasta que por fìn llegamos al hotel, el que atendía me dijo que le daba mucha pena pero todas las piezas estaban ocupadas pero que me acomodara en donde pudiera , al cabo de un rato un señor que pasaba le dìo làstima y me cedió su cuarto, por fin estaba en una cama, pero como descansar con toda esa guerra de afuera y esa lluvia de bala, en la ventana vì los recostaos en los andenes, mujeres y hombres mal y bien vestidos ya muertos, y ese día menos mal  llovió, veía con mucho miedo los ríos de sangre que corrían por las calles, sentí que Dios las limpiaba, se escuchaban claritìco los gritos de que el agua había sido envenenada, que el caudillo estaba muerto, que la revolución se había hecho “. Tan pronto ceso esta ola de violencia, al ver el panorama de desolación y que los gritos que se escuchaban en las calles pasaron ahora a los hospitales, ellos deciden devolverse a empezar de nuevo, en su natal Boyacá.

De vuelta a Boyacá
Queriendo estar lo mas lejos posible de la capital, ellos ya extrañaban la quietud del campo, por obvias razones el sistema de transporte estaba paralizado, pero cualquier otro lugar era mejor que permanecer en aquel infierno, era tal el desespero por irse que optan por seguir la carrilera del tren caminando, en ese cruel trayecto duraron 8 días en llegar a Tòpaga, y con la ayuda de personas de las fincas que los acercaban en sus carros y les brindaban agua, así pudieron continuar; “cuando estábamos en  Chiquinquirá  para rematar se armó una balacera nos arrodillamos para que no nos agarraran las balas, pero el verdadero susto fue cuando una bala le rozó en la rodilla a Ramón, yo del miedo comencé a llorar antes de verle la rodilla , ya más calmada al tocarlo solo estaba rojita y con un pequeño rasponcito,  me ataqué a llorar de nuevo porque sus zapaticos de tanto correr estaban muy raspados, mi niño estaba en los rines”.al llegar por fìn a Tòpaga, a la finca de los padres de ella, después de semejante viaje tan adverso, sus padres no la aceptan porque pensaban que su esposo la había lastimado, sin compadecerse del niño y de ella, sólo le dijeron a Rosendo “ o me la trae buena o no me la trae”, al ver la negativa de sus propios progenitores, prefirieron permanecer temporalmente en Sogamoso, para comprar ropa , vendas y poder descansar de tal àrduo desplazamiento, una familia les brindó posada y se comprometieron a albergarla mientras sus heridas sanaban


A buscar vida
Mayo de 1949, el miedo no fue capaz de de decidir por Doña Margarita ni mucho menos opacar aquel anhelo que desde un principio la motivo a enfrentarse a todo lo anteriormente descrito, mejorar la calidad de vida de su familia, aún ese deseo seguía latente, tan presente que un año después volvió con su marido y su hijo a la capital, que anteriormente le representaba todas la perversiones humanas, ella toma en arriendo una habitación en la Cll 65 en chapinero. Tiempo después supo que en un antiguo pantano estaban vendiendo lotes, y con tan solo 5 pesos, piso el negocio de aquel último lote que por un desnivel no se había vendido, en ese terreno Rosendo y Margarita construyen la vivienda de sus sueños, en donde hasta en estos días se encuentra habitando en ella su familia cómodamente. Éste es el producto de toda su tenacidad y la de los suyos

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